El Duelo

 

Todo tiene su tiempo (Eclesiastés 3)

Todo tiene su tiempo, y todo lo que se quiere debajo del cielo tiene su hora.

Tiempo de nacer, y tiempo de morir;

tiempo de plantar, y tiempo de arrancar lo plantado;

tiempo de matar, y tiempo de curar;

tiempo de destruir, y tiempo de edificar;

tiempo de llorar, y tiempo de reír;

tiempo de duelo, y tiempo de bailar;

tiempo de esparcir piedras, y tiempo de juntar piedras;

tiempo de abrazar, y tiempo de abstenerse de abrazar;

tiempo de buscar, y tiempo de perder; tiempo de guardar, y tiempo de desechar;

tiempo de romper, y tiempo de coser; tiempo de callar, y tiempo de hablar; tiempo de amar, y tiempo de aborrecer;

tiempo de guerra, y tiempo de paz…

 

Aunque no existe una sola formula que sea la correcta para pasar el proceso del duelo, sí que hay formas de duelo que son más saludables y que nos llevan a superar la perdida con más paz.

Pasamos un proceso de duelo cuando perdemos algo. Es lo natural. Dependiendo de lo importante que sea lo que perdemos/a quien perdemos, este proceso va a ser más o menos doloroso, más o menos largo en el tiempo y más o menos complejo. El duelo está en nuestro día a día. Muy a menudo no nos damos ni cuenta pues se escapa a nuestro proceso mental consciente. Un día perdemos el autobús y llegamos tarde a una cita. Otro día, esperamos una gran experiencia al visitar un museo y nos decepcionamos. De estas pequeñas perdidas nos recuperamos con cierta facilidad. Cuanto más importante para nosotros es la perdida, más conscientes nos hacemos de que se está llevando a cabo un proceso de duelo. Estas cosas que he nombrado pueden parecer muy importantes en el momento que las perdemos, sin embargo, hay perdidas de tal magnitud que requieren un proceso mucho más consciente e intencionado. Cuando perdemos a un ser querido muy cercano, pasamos una enfermedad grave, perdemos salud y autonomía de modo permanente o se rompe una relación muy importante, sufrimos hasta el punto que sentimos que ya no somos la misma persona. A veces el dolor nos supera y sentimos cosas como incredulidad, rabia o profunda tristeza. También nos puede afectar a nuestra salud física, apetito, sueño y a nuestra capacidad de relacionarnos con otros.

Las pérdidas a las que nos enfrentamos cuando entramos en contacto con la meningitis son: nuestra propia muerte o la muerte de un ser querido, perdida de salud, trabajo, autonomía o cambio de estilo de vida. La pérdida de salud se refiere a las secuelas a medio y largo plazo que deja la meningitis. Esto incluye la pérdida de una o más partes de nuestro cuerpo, secuelas físicas como sordera, pérdida visión o daño de permanente de órganos internos, el deterioro cognitivo, la epilepsia y secuelas emocionales. Las secuelas también nos pueden hacer perder otras cosas como un trabajo, una autonomía del día a día, un estilo de vida o una relación.

No siempre somos conscientes de lo que estamos perdiendo, pero siempre nos afecta en mayor o menor medida. Incluso cuando nuestra perdida puede parecer poco importante para otros, es siempre significativa si nos importa a nosotros.

El proceso del duelo

Nadie sabe cómo tienes que pasar tu duelo pues cada persona lo vive desde su subjetividad, de manera única. Sin embargo, los profesionales pueden acompañar en la perdida, en la búsqueda de significado, en ayudar a ir pasando las etapas del duelo hasta que este se ha completado. La dificultad en cada duelo depende de cada persona, la magnitud de la perdida, las creencias y valores de cada uno, sus experiencias vitales, su personalidad y su estilo a la hora de lidiar con la adversidad.

No es posible estableces un rango de normalidad en la duración del duelo. A veces duran semanas o meses y a veces años. Al duelo no se le puede apurar ni forzar. Sea cual sea la duración del duelo, es importante ser paciente con uno mismo (o con los demás).

El duelo tiene 5 etapas (modelo Kübler-Ross):

  1. Negación: “Esto no me puede estar pasando a mí”. Incredulidad, olvidos. Todo esto sirve para amortiguar el shock de la pérdida.
  2. Rabia: “No es justo. Alguien tiene la culpa”. Frustración por no poder poner remedio. La rabia a veces es una emoción más fácil de sobrellevar que la tristeza que está por llegar.
  3. Negociación. Se fantasea con la posibilidad de poder cambiar la evolución de las cosas. Poder revertir una muerte, o evitarla. Esto también alivia el shock.
  4. Tristeza y Depresión: No es una depresión como las que conocemos, clínica. Es una sensación de vacío y tristeza profunda frente a la realidad de la perdida. Es una posición más realista, donde no hay negación ni reacciones alternativas, como la ira, que lo mitiguen. En este momento se empieza el viaje a la aceptación.
  5. Aceptación: Se trata no solo de aceptar la perdida sino también de aprender a vivir el día a día sin lo que se ha perdido. Una vez que el dolor y la tristeza han pasado, vuelve la capacidad de disfrutar y la alegría. La aceptación también requiere cierta reorganización de nuestros esquemas mentales y a veces de nuestros valores y creencias.

Hablar o no hablar

No todo el mundo reacciona igual ante la perdida, ni a todos les resulta igual de fácil hablar de lo que sienten. Sin embargo, numerosos estudios revelan que aquellos que hablan de las perdidas, tanto si han sucedido ya, como si son inminentes, suelen sentirse ayudados en el proceso de duelo.

Y como el duelo es algo tan complejo, hay mucho trabajo que hacer. Decir adiós, recuperar lo que era nuestro que habíamos dejado en el otro, decidir cómo queremos que esa persona (o cosa, o habilidad) viva en nuestra memoria, resolver sentimientos encontrados, dejar marchar. En ese complejo trabajo, es conveniente apoyarse en otra persona y a menudo es aconsejable que sea un profesional.

En cualquier caso, las ideas de los profesionales sobre el duelo, nunca se deben anteponer a las de la persona que ha sufrido la perdida. Lo importante es el cómo lo vive la persona en duelo, su perspectiva sobre la perdida, en el contexto de sus creencias y su cultura.

Una nueva oportunidad

“Cuando una puerta se cierra, sentimos que es insufrible y nos quedamos mirando y pensando, allí es donde yo vivía y donde pensaba que iba a vivir para siempre. Y de pronto se abre otra puerta y de pronto nos damos cuenta de que hay muchas casas donde se puede vivir” Shankar Vedantan, Hidden Brain

Cada duelo nos brinda la oportunidad de aprender algo. De tal manera que un duelo nos da cierta dosis de fortaleza para el siguiente. Sin embargo, a menudo los duelos no se pasan, sino que se evitan y entonces los duelos pueden tener efecto acumulativo. Son como heridas que nunca se han curado y que pueden abrirse en cualquier momento.

Todos tenemos capítulos en nuestras vidas que se cierran. Y cuando lo hacen, sobre todo con aquellos que son importantes o han durado mucho, nos sentimos como si todo el libro se hubiera terminado, como si ya no quedara nada para nosotros. Pero se nos olvida la increíble capacidad que tiene el ser humano de reinventarse. Se nos olvida nuestra gran capacidad de adaptación. Lo que distinguía a los primeros hombres de las otras especies fue su capacidad de adaptarse a diferentes condiciones. El hombre puede vivir en calores y friego extremos, en el mar o en las alturas y hasta en el espacio exterior. Y esta capacidad no reside en nuestras habilidades físicas sino en nuestra mente.

La clave está en que encontremos el modo en el que podemos seguir adelante sin aquello que hemos perdido. En aprender a vivir sin aquello que amábamos o necesitábamos, mientras encontramos un lugar en la mente donde guardar su memoria. Mientras tanto, es importante mantener la perspectiva de que la desazón y la sensación de vacío, terminarán pasando.

Comparto este conmovedor poema de Elizabeth Bishop- One Art (El arte de Perder)

 

El arte de perder no es difícil adquirirlo.

Tantas cosas parecen empeñadas

en perderse, que su pérdida no es un desastre.

Pierde algo cada día. Acepta el tumulto

de llaves de puertas perdidas, la hora malgastada.

El arte de perder no es difícil adquirirlo.

Practica entonces perder más aún, y más rápido:

lugares, nombres, y el sitio al que se suponía

que viajarías. Nada de esto será un desastre.

Perdí el reloj de mi madre, y – ¡mira! – la última, o

penúltima de tres casas que amaba se fue.

El arte de perder no es difícil adquirirlo.

Perdí dos ciudades, ambas adorables. Y, más ampliamente,

algunos sitios de los que era dueña, dos ríos, un continente.

Los echo de menos, pero no fue un desastre.

Hasta al perderte a ti (la voz bromista, un gesto

de amor) no habré mentido. Es evidente que

el arte de perder no es demasiado difícil de adquirir

aunque parezca por momentos (¡Escríbelo!) un desastre.

 

Anta Regojo.

Licenciada en Medicina y Cirugía, Especialista en Psiquiatría